Viernes 29 de marzo de 2024
27 OCT 2019 - 08:36 | Sociedad

Cómo se vive un domingo de elecciones

Los detalles de una jornada electoral. La mirada de Gabriela Urrutibehety.

Me encantan los días de elecciones. Más allá del trabajo, los palpito desde bien temprano, cuando busco el documento y me pregunto por decimosexta vez si será correcto el número de mesa y la escuela en las que me toca votar.

Día de sol o diluvio universal, el camino hasta el lugar de votación es un recorrido feliz. Y si la cola es larga, formulo la usual protesta solo como una excusa para iniciar la charla con mis compañeros de fila. Me sigue ocurriendo algo cuando escucho repetir a las autoridades de la mesa apellido, nombre, número de DNI y número de orden (en las PASO estaba de presidente el padre Maxi, que modula con voz de púlpito) y que me den el sobre firmado no me resulta indiferente.

El cuarto oscuro es un sitio luminoso y, aunque hasta ahora siempre he llegado decidida, me tomo unos minutos en recorrer la oferta: me sigue pareciendo una apuesta a la vida, como decía Alfonsín en el 83, la primera vez que me habilitaron a votar aunque ya tenía 22 años.

Y el último golpecito que le doy al sobre para que atraviese la ranura de la urna puede llegar a tener el mismo sentido que el atleta que levanta las manos y corta la cinta. He votado de todo y pocas veces he ganado. Me he comido todos los sapos y he rabiado todas las desilusiones. He visto subidas y caídas en picada.

He apostado y he perdido o, mal que me pesara, he acertado. He discutido en la mesa del domingo a muerte con la familia, que aún sigue sintiendo que ese almuerzo es fundamental. Me he sentido sola, tonta, equivocada, loca, perdida al conocer los resultados.

Pero porque me sigue resonando el preámbulo de la constitución recitado como plegaria laica mientras aún sonaban los tacones de las botas, la reverberancia de las balas y el eco del silencio impuesto a sangre y fuego, sigo pensando con persistencia ardorosa que el cuarto oscuro es un lugar de libertad. Y que no se pueden banalizar palabras como “dictadura” o “falta de libertad de expresión”.

Y que no se pueden desperdiciar los espacios de participación por desgano, por apatía, por la comodidad de las frases hechas que justifican el abandono irresponsable.

Por eso, los domingos de elecciones siempre amanecen como un gran día. Por el camino recorrido, por la sangre derramada, por el horror superado, Por los hijos, por los nietos, por lo que venga Por las dudas. Por las ganas.

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