Viernes 19 de abril de 2024
07 MAR 2021 - 21:58 | Sociedad
HISTORIAS

“Bien... ¿O te cuento?”, la emotiva despedida de un hijo a su madre

El periodista Pedro Zuazua escribió en el diario asturiano La Nueva España, un texto tan emotivo como simpático para despedir a su madre.

El día antes de morir, la médica le preguntó si quería algo. “Un novio”, contestó. El texto fue publicado en el diario La Nueva España.

-¿Cómo estás, Yayita?
-Bien… ¿o te cuento?

En esa respuesta irónica, inmediata y certera que mi madre ofrecía al empezar cualquier conversación se destila la esencia de lo que fue. Una mujer rápida, ilustrada y con una peculiar filosofía de vida que mezclaba toques de estoicismo y nihilismo con una forma de ser que unía la sobriedad castellana con la retranca asturiana.

Nacida en San Miguel del Valle (Zamora), en 1940, vivió su infancia y juventud en Fuentes de Ropel. De allí salió, primero, interna para León. Después, en 1959, llegó a Oviedo para estudiar Filosofía y Letras. Era la tercera de seis hermanos. Tanto ella como sus cuatro hermanas como su único hermano tuvieron acceso a estudios universitarios. Conoció a mi padre en el 61 en unos Juegos Universitarios celebrados en Madrid -ella jugaba al voleibol- y se casaron en el 65.

En sus más de 60 años en Oviedo, se convirtió en un personaje del día a día. Tenía una muy buena conversación. Y solía ser ella la que decía la última palabra.

“Si Oviedo no tuviera cuestas, sería el paraíso en la Tierra”

Desde su llegada a la ciudad, se convirtió en una ovetense más. Fue tejiendo una ecléctica red de amistades -de todas las edades, profesiones e ideologías- con las que departía cuando se las cruzaba por la calle. Tenía, al menos, cinco cafés diferentes. Se sabía dónde localizarla dependiendo del día y la hora. Fumadora durante algunos años, apenas bebía. En los últimos meses, le dio por tomar clara con limón. “Es probable que ahora me vuelva alcohólica”, decía.

Ni monarquía ni república, frixuelos

Era muy independiente para todo. Conservadora en lo político -fue una fiel votante del PP- y muy (pero muy) progresista en lo social. Estaba a favor de la eutanasia -su principal preocupación era no sufrir- y de la legalización de las drogas. Muy alejada de populismos y de los charlatanes que aseguran tener la solución para todo. Cuando veía algún político usando la brocha gorda, le decía a la tele: “¿qué sabrá un gochu cuándo es martes?”. Esta nochevieja, le preguntamos qué modelo de estado prefería, una monarquía o una república. “¿Yo? Frixuelos”, contestó.

“Si tienes tiempo, no lo leas”

Lectora diaria y con mucho criterio. En los últimos meses, a pesar de su situación, se leyó los últimos libros de Elvira Lindo y de Almudena Grandes. Cuando ya no pudo más, dejó a la mitad la biografía de Juan Belmonte escrita por Chaves Nogales. Su crítica más célebre fue cuando alguien le preguntó por el último libro de un autor superventas y ella contestó con un “si tienes tiempo, no lo leas”. Un día, una nieta le dijo que había visto Los Santos Inocentes y que le había encantado. “Pues cuando leas el libro, lo flipas”, le contestó. Suscriptora del diario La Nueva España, guardaba cada mañana un rato para la lectura del periódico. Cada mañana, escuchaba cinco o seis emisoras de radio diferentes, con clara preferencia por RNE. Le apasionaban los concursos culturales de la televisión. Es probable que sea la segunda persona que más programas de Saber y Ganar haya visto, después de Jordi Hurtado. Si la llamabas durante el rosco de Pasapalabra, te colgaba el teléfono. Coleccionaba, por cierto, esquelas singulares.

Rosa para niños, azul para niñas

Cuando vivía en Hermanos Pidal y la calle aún daba a un descampado, bajaba con la silla de plástico, junto con otras mujeres, a cuidar a los niños. Allí, las más mayores enseñaron a las más jóvenes a tejer. Decenas de recién nacidos lucieron chaquetas, gorros, bodies o jerseys tejidos por ella. Fue pionera en no asignar colores por sexo. Ni el rosa era solo para niñas, ni el azul únicamente para niños. Jugaba con los verdes, los grises... “No alcanzaba la perfección, pero sí que las hacía con mucho gusto”. Dejó preparada la última para Clara, que nacerá en los próximos días. Tenía mucho estilo para vestir. Se despidió con unos playeros plateados.

“Jesucristo, el primer influencer”

Católica practicante, iba a misa todos los domingos. Decía que Bill Gates y Jeff Bezos habían empezado en un garaje –“y seguro que eran más felices entonces”, añadía-, pero que Jesucristo lo hizo todo desde un pesebre y que eso tenía más mérito, que solo hacía falta ir a Roma para comprobarlo. Era tronchante escucharla analizar la Biblia: “¿Cómo voy a creerme yo que Jesús se muere, levanta la lápida y revive, o que la Virgen tuvo un niño por arte de birlibirloque? Eso ni metáforas ni nada”, decía.

“¿Cómo quedó el Oviedo?”

Era de los equipos de Oviedo por extensión familiar. Pertenecía a esa estirpe de señoras que preguntaba el resultado del partido a la gente que bajaba del Tartiere con bufanda. Cuando lo escuchaba en casa por la radio y atacaba el rival, bajaba el volumen. Si estaba paseando, entraba en los bares a preguntar cómo iban. Tras el ascenso de Cádiz, puso en el balcón una bandera y se asomó a esperar el autobús del equipo, aunque no pasaba por su calle. Nosotros nos enteramos porque una vecina del edificio de enfrente nos envió la foto. Fue muy feliz siguiendo al Cibeles -del que mi padre era directivo- hasta la victoria en la Copa del Rey en Salamanca. Y ahora estaba también pendiente del OCB.

“No juguéis al euromillón”

Fue una gran cocinera. Cuidaba mucho los menús en casa. Los dos platos y la fruta de postre fueron innegociables durante décadas. También llegar a comer a las 14:30. Los martes y los viernes, pescado. Y verduras. Y legumbres. “No juguéis al euromillón, que ya me tocó a mí tres veces”, solía decir en relación a la vida sana que llevó y a los tres cánceres distintos que sufrió.

“La cagaste, Burt Lancaster”

Mezclaba expresiones de otro tiempo con anglicismos y neologismos que nadie sabia de dónde sacaba. Cuando pasaba por el Postigo decía que era “el Oviedo underground”. Si no sabía dónde estaba alguien, decía que estaba “missing”. Usaba “manifa” o “cubata”. Preguntaba qué era un Millennial o un Hipster -a mí me llamaba pijippie-. Sabía quiénes eran Lady Gaga o Kim Kardashian. Cinco días antes de morir, habló de Bitcoins. Cuando empezó a utilizar Whatsapp, no sabía poner la diéresis, así que añadía un “con diéresis” detrás de las palabras que debían llevarla. Si un coche pasaba por la calle a demasiada velocidad, lo interpelaba: “¡¿Adónde vas, a Le Mans?!”.

Amarillo a la genista

Le encantaba la música. Especialmente la clásica. Se fijaba mucho en las letras de las canciones contemporáneas. Mediterráneo, de Serrat, era su canción favorita. “…y amarillo a la genista”, el verso que más le gustaba. Una vez, yendo en coche a Ribadesella, sonó Y nos dieron las diez, de Sabina. Ella se puso a hablar con la radio: “"Pero ¿qué esperaba? Después de un año en el que ni la llamó por teléfono ni nada, iba a estar ella esperando por él, como si fuera tonta. La canción es preciosa, pero no tiene sentido. Ten cuidado chaval, te estás enamorando, dice... ¡pues vaya mierda de enamoramiento, Sabina!".

“Si me veis con perro o con novio, llevadme al manicomio”

Era otra de sus frases de cabecera. Pragmática como era, aceptó con resignación que sus hijos acabaran conviviendo con dos perros y dos gatos. Preguntada sobre cuál era su favorito, decía: “Atún, porque es el único que no conozco”. La semana pasada intentó caminar. No pudo. A los cuatro pasos se arrodilló y las personas que estaban en ese momento no eran capaces de levantarla. Le pusieron una almohada en el suelo y la tumbaron. Cuando llegamos, estaba tan tranquila, con Milo, el perro de mi hermano, lamiéndole la cara. “Digno de Berlanga”, dijo ella. El día antes de morir, la médica le preguntó si quería algo. “Un novio”, contestó.

“Ser familiar no es invitar a comer”

En los tiempos en los que todo el mundo dice lo mucho que quiere a todo el mundo, mi madre, de otra generación, no regalaba las palabras cariñosas a la familia. “Como te mueras corriendo una maratón, no voy tu entierro. Y tampoco al tanatorio”, le dijo una vez a mi hermano. Por la tarde, lo llamo para preguntarle cómo había ido la carrera y le dijo que bueno, que como en Oviedo estaba lloviendo y no había nada que hacer, tal vez hubiera subido al tanatorio. Era muy sincera y muy poco sentimental. En una ocasión, una señora que compartió sus penas -que si el marido, que si los hijos- en una conversación de calle se llevó un “tú lo que tienes que hacer es rehacer tu vida”, y dos palmadas en la espalda. Ante nuestros reproches, contestó: “¿qué queríais, que le mintiera?”.

“¿Cuál es el equivalente americano del suricato?”

Un día preguntó si tenía Google. Le dijimos que sí y ella contesto: “ay, madre, lo que me faltaba”. Se pasaba el día preguntándole cosas al teléfono. Muchas veces, para solucionar los crucigramas. Cuando perdía algo, decía: “Parezco doña Google, todo el día buscando cosas”. Se abrió un perfil de Facebook. Preguntaba si tenía Instagram -y si era gratis para mayores de 65 años-. Pedía que no le mandáramos fotos ni vídeos, para no gastarle los megas. Desde su habitación, de repente, se oía “Oye, Google, ¿qué edad tiene Carlos Sobera?”.

-Te noto mejor de la voz.
-De la voz no me quejo.

Mi madre enfermó hace diez años. Bajando en el ascensor del antiguo hospital, me dijo entonces: “No me quiero morir”, al tiempo que me cogía la mano y lloraba. Justo al inicio de la pandemia, nos avisaron de que le habían encontrado un mieloma. Pasó el confinamiento sola, haciendo 300 veces el pasillo de casa para no perder demasiado la forma. Después, empeoró con mucha rapidez. Fue perdiendo el apetito, la fuerza y terminó moviéndose en una silla de ruedas. Agradecía llevar la mascarilla, porque decía que así la reconocía menos gente. Nunca se quejó de nada.

Llamó a varios amigos para despedirse. Era consciente de que se iba. Lo afrontó con entereza, tranquilidad y con sentido del humor. Lo único que pedía era no sufrir. Repartió las joyas entre sus tres nietas. Pidió que el dinero de las coronas se destinara a la investigación. En los últimos días, estuvo acompañada en todo momento por sus tres hijos. Se apagó en la cama. En dos suspiros.

Mi madre se fue igual que había vivido: con mucha personalidad, estilo propio y la grandeza de lo cotidiano. En su envidiable manera de irse nos dijo, una vez más sin decirlo, lo mucho que nos quería a todos.

Para todos los que la conocimos, es casi una obligación recordarla con alegría, en alguna de sus múltiples ocurrencias. Y luego ya, si eso, nos contamos.

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