Viernes 19 de abril de 2024
22 AUG 2022 - 09:06 | Opinión
PANORAMA POLÍTICO

De José Ortega y Gasset a Marc Stanley

Mientras el último tren pasa por la estación abandonada.

Marc Stanley, embajador de Estados Unidos en Argentina. (Foto: NA)

Escribe Carolina Mantegari, del AsisCultural
Especial para JorgeAsisDigital.com

1.- La injerencia selectiva
“Argentinos, dejen de perder el tiempo”.
Parece haberlo dicho Marc Stanley, embajador de Estados Unidos, aunque sin la solemne sentencia de Julio Ortega y Gasset, el filósofo español que dijo en 1942:
“Argentinos, a las cosas”.
Stanley, El Emba, lo advirtió la semana pasada durante una mesa del Carrousel del Council, Hotel Alvear.
“No pierdan el tiempo y hagan la coalición ahora”.
El Emba había atendido, con seriedad abismal, los dos ejes del discurso que sostiene la campaña presidencial de Horacio Rodríguez Larreta, Geniol.
El Plan o Proyecto Integral (puede resolverse con la adquisición, “llave en mano” del proyecto de Carlos Melconián, El Académico de Alsina).
Junto a la romántica idea del próximo gobierno de coalición, que contemple el consenso del 70%.

Stanley es la versión francamente opuesta del lejano antecesor Spruille Braden.
Un polvoriento embajador -Braden- que con sus brusquedades opositoras impulsó la creación de la Unión Democrática. El folklore bradenista facilitó la consagración del peronismo (y de su mellizo, el antiperonismo).
El Emba aconsejaba, desde el Alvear, a la complejidad del argentino medio, que debía precipitarse.
El tren de la historia podía pasar por última vez por la estación abandonada del territorio bendecido por la naturaleza. Conjuga apenas lo estrictamente necesario para calmar el hambre y la tibieza del mundo.
Alimento, energía y minerales.
Tal vez el diplomático se hacía cargo. Se comprometía como cualquier iniciado de la problemática del país donde debía limitarse a las funciones opacas de ser un ameno intermediario. Representante de intereses no necesariamente imperiales.
O acaso Stanley estaba ya lo suficientemente impresionado por la tendencia natural de la dirigencia nacional para entregarse a la macabra irresponsabilidad del desperdicio, de la sistemática autodestrucción.
Sin el rigor de Ortega, ni de ser filósofo, Stanley igual parecía decir:
“En dos meses el mundo desarrollado del norte comienza a reducirse de frío. Necesitarán del gas sepultado que no les sirve para nada. Porque ni siquiera se ponen de acuerdo para precipitar la construcción elemental de un gasoducto. Y en cuatro meses los europeos podrán desesperarse por sus granos. Nadie puede ponerse a sembrar en medio de la guerra que llegó para quedarse, y ustedes no pueden perder otro año más con el deporte rutinario del desencuentro. Pónganse de acuerdo ahora y dejen de enredarse entre los desgastes que producen las masturbaciones orales de las diferencias políticas”.

El derecho a la injerencia alude al progresismo humanitario, que es, en general, selectivo.
La injerencia se admite solo cuando el país que viola los derechos humanos es de ideología diferente a la del país que se entromete.
Si el que los viola es un país amigo de ideología similar, la injerencia no tiene lugar.
El Marqués de Talleyrand entendió antes que Henry Kissinger que sin cinismo inteligente no existe la política internacional.
La injerencia de Stanley alude, en cambio, al progresismo solidariamente económico que irrita a la militancia esquemática que es, en la práctica, un reflejo de su dirigencia.
Cualquier distraído elemental que conozca el funcionamiento del mundo puede imaginar que abundan las empresas americanas y europeas que perfectamente se dispondrán a ponerla, de frente. Si de pronto en la Argentina inviable se dictan las reglas claras y el país se vuelve milagrosamente normal. Con un marco previsible de corrupción que permita mantener entretenido al periodismo.

Pobre Emba Stanley. El sentido común aquí no le sirve para un pepino. Replicarle se convierte en un simple juego de niños.
Decirle “resuelva primero sus problemas con Trump antes de venir a dar clases aquí».

2.- Multiplicación del fracaso
El Emba parece haber influido, para colmo, en Sergio Massa, El Premier Profesional.
No resultaron vanos los almuerzos sin corbata durante los domingos relajados.
El Profesional fue el encargado del discurso final del Carrousel del Council y planteó también el idealismo inútil de los románticos bienintencionados que quieren ir al cielo.
Para proponer sentarse en una mesa a discutir con los opositores en el ámbito del parlamento. Sobre las cuestiones de agenda estructural de estadistas que se plantean resolver cuestiones de Estado antes que arranque el cotillón electoral de 2023.
A su criterio (falso) quedan siete u ocho meses para sentar las bases del acuerdo que tiene que ver con el aprovechamiento de la coyuntura internacional que permita la revaloración que impulse al relanzamiento del país.
Y aquí sí que lo de Massa es peor que lo de Stanley. Brota la desconfianza tradicional del adversario que necesita ampliamente del fracaso multiplicado del que plantea discutir.
“Cuando un político quiere pactar con el opositor es porque está cagado”.
Lo confirma un teórico, enemigo intelectual del invento de exportación de la Moncloa.
Porque el gobierno de La Doctora, que preside el baladista Alberto, El Poeta Impopular, y que conduce Massa, tiene que fracasar tranquilo como fracasó el gobierno anterior de Mauricio Macri, El Ángel Exterminador.
A los efectos de permitirse el fracaso del próximo gobierno que motivará la resurrección del fracaso anterior del peronismo. Y así sucesivamente hasta que se diluya en el fango la identidad equivocada del país que tampoco merece su pasado.
Naufraga entonces en el pozo del olvido la sugerencia sana de Stanley de hacer inmediatamente la coalición que propone Rodríguez Larreta. Pero sin perder tiempo, ya que, en dos meses, en Alemania y Escandinavia comienzan a temblar de frío y los ucranianos tampoco pueden sembrar ni siquiera bombas.

3.- El mito de la gambeta corta
La estrategia hábil del mito de la gambeta corta instala entonces su espectáculo.
El gobierno de La Doctora, Alberto y Massa no debe envolver a la oposición con el papel madera de su fracaso.
“Fueron elegidos para gobernar y si no pueden resolver los problemas que lo paguen en las elecciones”.
La oposición republicana no se asocia con el oficialismo en el quebranto.
Que se hagan cargo de la Convocatoria Interminable de Acreedores y de Catástrofes Pendientes. Sobre todo cuando la parcialidad de la historia juega para un cambio de gobierno.
Y en las vísperas del ejemplar juicio al muerto, Néstor Kirchner, El Furia.
Con la tergiversación de la historia que permite la licencia de solicitar una sentencia de años de cárcel para su viuda, La Doctora.
Para la Justicia Liverpool de los que se ponen los cortos para hacer cambios de frente, las jefaturas de mafias son hereditarias. Conmoción literaria en las tierras de Sciascia y de Mario Puzo.
Se habilita el optimismo ligeramente irresponsable de Juntos por el Cambio por la sentencia de varios años de cárcel para La Doctora. Una provocación a la carta que encarga el endiosado Fiscal Luciani, Strasserita, con un conmovedor sentimiento de reparación espiritual.
Strasserita será exaltado como líder moral de los distintos sectores de una sociedad colmada de adictos al anticristinismo. Fervorosos héroes que prefieren expresar sus alegrías por la deslegitimación de la jefa de la banda, y despreocuparse, en todo caso, del «quilombo que se puede armar».
De los desatinos que moviliza el odio, junto a la ceguera del rencor que anticipa inapelables rencores próximos.
Entonces, mejor, conviene resignarse, señor embajador, don Marc, no pierda tampoco usted su tiempo, como lo perdió el pobre gallego, Ortega y Gasset.