Jueves 28 de marzo de 2024
20 APR 2023 - 20:15 | Opinión
PANORAMA POLÍTICO

Un oficialismo de orquesta de señoritas

“En las PASO salimos terceros cómodos. Juntos y nosotros jugamos para Milei”.

Daniel Scioli y Sergio Massa. (Foto: Telam)

Escribe Oberdán Rocamora. Redactor Estrella

Especial para JorgeAsisDigital.com

 

“Ubi mea est”

La pobreza institucionalizada clava el espectáculo sombrío con las antorchas macabras y los acampes extorsivos.

Junto a la intensidad del dólar, la indomable inflación genera los estragos y la desesperación cotidiana.

En los foros majestuosos los empresarios examinan bocetos de estadistas que se esmeran por aprobar.

Más abajo se recuentan los asesinatos por monedas o celulares. Cubren el paño violento de las estadísticas.

Para constar en actas (y para que no los pasen por encima los desposeídos con formato de izquierda), los sindicalistas que supieron ser “columna vertebral” emiten una epifanía crítica.

Advierten sobre el éxtasis de la “descomposición social”.

Ostentación de la miseria. Desborde de la economía. Patetismo de la inseguridad.

A los tres valores hegemónicos se le debe sumar la incertidumbre. Y el desconcierto. Colección de negatividades que marcan la agenda durante la prematura instancia electoral.

Emerge cargada de rencores y riesgos previsibles de superior fragmentación. En la sociedad degradada, los fragmentos se movilizan apenas por la salvación sectorial. O individual.

“¿Ubi mea est?”, solía preguntar, en latín, Ricardo, un amigo lúcido recientemente extinto. Y traducía: “¿Dónde está la mía?”.

Cada fragmento es consciente de la colectiva descomposición.

Como cuenta Mauricio, El Ángel que fue Exterminador, que le decían:

“Se que se va todo al demonio, pero la mía no se toca”.

Ubi mea est. Es la cuestión.

Lo hubiera dicho don William Shakespeare, en traducción de la señora Cristina Pérez.

 

“Otoño imperdonable”

En el “otoño imperdonable” de María Elena Walsh, sólo Daniel Scioli, el Líder de la Línea Aire y Sol, es el único precandidato firme.

Lo confirma con frontalidad, dispuesto a defender, entre las llamaradas, los trapos del condenado oficialismo.

“Scioli es el candidato indicado para perder con dignidad”.

Pero en el peronismo la derrota es un pecado. Menos que una contingencia, es un error, acaso tan imperdonable como el otoño de la poetisa Walsh.

La suerte, en el peronismo, no suele llamar dos veces.

No hay epopeyas como la del chileno Salvador Allende, el paulista Lula o el francesito Mitterrand. Aquí el mérito de la insistencia no funciona.

La sentencia se consolida históricamente con Ítalo Luder, Embajador Amigo y Compañero, vencido en 1983 por el radical Raúl Alfonsín.

O Eduardo Duhalde, El Piloto de Tormentas (generadas), vencido por el radical Fernando De la Rúa en 1999 (penosamente Duhalde, en 2011, lo volvió a intentar. Preferible olvidarlo).

Scioli es el tercer candidato que fue oportunamente derrotado, en 2015. Por el Ángel que no lo pudo exterminar.

Logró reinventarse y cree tener derecho a la revancha. De la triste diputación con La Doctora saltó con Alberto hacia la embajada en Brasil.

Su gestión fue eficiente. Repartió juego como caramelos, con formato de acuerdos, a la mayoría de los gobernadores y mini gobernadores.

Se propone como “candidato de la unidad”. Para un oficialismo de orquesta de señoritas en el que predominan los rencores.

Las conspiraciones internas que opacan la mediocre musicalidad del conjunto.

Infortunadamente, Daniel aparece enredado en la estrategia de Alberto, El Poeta Impopular, presidente impuesto por el dedo equivocado de La Doctora.

En la crueldad del permanente quirófano se lo instala como “el candidato de Alberto”. Pero es resbaladizo como un pez enmantecado. Es de todos y en simultáneo de nadie.

Aparte ofrece la fantástica ventaja de carecer de territorio. Y de ser «el no conflicto» en el esplendor de la beligerancia.

Se lo baraja también como “vice de Alberto”. Le endilgan “vices” vinculados al albertismo que no existe.

Para desconcertar le basta con una fotografía acompañado por la señora Mayra Mendoza, Flor Robada, mini gobernadora de Quilmes.

Dama del primer cordón de La (Agencia de Colocaciones) Cámpora. Organización de circuito cerrado que reclama un trabajo profesional de marketing. La marca se arrastra por el piso.

Líder de La Agencia, Máximo, El Influencer, luce como el principal descalificador interno de Alberto.

Cuentan que suele reprochar a La Doctora, que lo conduce. Por la pifiada de haberlo convertido en presidente.

La ingeniosa táctica derivó en una estrategia catastrófica.

 

Ostras de la Normandía

En la orquesta de señoritas, Alberto y Máximo son los violinistas enfrentados que trafican instrumentos de ferretería institucional.

Alberto dirige la orquesta a nivel nacional. Máximo justamente en La Provincia Inviable.

Para mantenerse en la estampa, sin quedar fuera de juego, Alberto plantea la utopía de la reelección.

Se las arregló para resistirse a la idea lógica de cancelar las PASO. Es lo que reclaman, aún, sin dar por perdida la cancelación, los gobernadores que disocian atinadamente sus territorios de la trampa nacional.

Se abrieron como ostras del invierno de la Normandía. Anticipan sus propias elecciones. Con extraordinarios deseos de que ningún figurón nacional se corra a los territorios “para ayudarlos”.

Argentina hoy es la Confederación de Provincias que mantienen sus esquemas regionales y se unen a la nación a través de la cultura de la contabilidad.

Pero le advierten a Alberto o a La Doctora: “Con las PASO salimos terceros cómodos. Juntos y nosotros jugamos para Milei”.

El fenómeno explica que no se proyecten más políticos “del interior”. Como lo fueron los idolatrados Menem o Kirchner (o como quiso serlo también José Manuel de la Sota).

Grandes federales -Menem y Kirchner- que supieron destacarse como perfectos unitarios.

Los gobernadores de la confederación se encuentran conformes en sus provincias. Pagan los sueldos y no tienen interés de hacerse cargo del “conurbano bonaerense”.

Complejidad a la que se le estampa la “conurbanización de la política”. Por el colapso de 2001 atribuido a la inofensiva movilización y los saqueos previsibles de los desposeídos.

Pero el colapso fue, en realidad, un ensayo elemental de la potencia de la clase media.

Fue “la rebelión de Las Madres del Banco de Galicia”. Lo enuncia el pensador Zuleta.

Damas que mostraron la ferocidad después de introducir la tarjeta de plástico en el cajero y comprobar que no aparecían más los billetes verdes.

Para su ilusión de ser el “candidato de unidad” Scioli no mantiene solo el obstáculo de ser presentado como “muleto de Alberto”.

Tampoco representa ningún obstáculo para su proyecto Eduardo de Pedro, El Wado de La Agencia.

Scioli depende del funcionamiento inmediato de la Economía.

Si Sergio Massa, El Profesional, logra domar parcialmente el potro salvaje de la inflación, es el candidato.

Por La Doctora, los sindicatos que fueron columna vertebral y hoy son una prótesis involuntaria, por La Agencia, y hasta por quienes prefieren combatirlo desde la ficticia izquierda de la orquesta.

De no tranquilizarse la economía, para tratar de evitar salir terceros cómodos, o para rescatar alguna fuerza presentable, el candidato va a tener que ser, irremediablemente, La Doctora.

Pero Alberto sólo puede mantener alguna expectativa personal si sostiene las PASO. Para horror de los gobernadores y algarabía de Javier Milei, El C-Boy, león vencedor de la manada de leones.

El que se convirtió con muy poco en el tercero en la discordia.

Sin absolutamente nada para perder se transforma en el animador que perfora el aburrimiento argumental de ambas coaliciones.

A esta altura, Milei ya ganó. Aunque ni entre en la segunda vuelta, ganó.

Sin arrastrar la pesadez de ninguna estructura. Con un par de ideas desmesuradas y con la gestualidad que forma parte del atuendo y complementa su “ascenso irresistible”.