06/11/2018 | Noticias | Opinión

"Antes del G-20 y después", la nueva columna de Jorge Asís

La filosa pluma del escritor, ensayista y periodista argentino analiza el final de año con la llegada del G-20 en la Argentina.


Previa
La que quede

El G-20 va a paralizar Buenos Aires entre el 28 de noviembre y el 2 de diciembre.

Es un ateneo absurdo que sirve para que 19 Jefes de Estado de países selectivamente poderosos se comporten como estrellas de Netflix y alternen entre ellos. Y para que puedan ser fervorosamente insultados, para la televisión, por los antisistema que complementan el juego. Se desplazan para ser reprimidos (de ser posible con violencia). Son los que toman el carrusel del Grupo con relativa seriedad.

Para el país carente de fichas, en el casino debe hablarse de la Argentina de antes del G-20, y de la Argentina después del G-20.

Interesa la posterior. La que quede. Una vez que despegue el último avión desde el portaviones anclado en las inmediaciones de Punta del este. O cuando se raje el apoyo del último guardaespaldas ruso, chino, o yanqui. Y quede, pasada la excitación, la magnitud solitaria del espejo. Con 35 grados, cortes de calle, porciones de insatisfacción colectiva.

Cólera contenida por la recesión, que amaga con ponerse mucho peor (se asiste al tramo introductorio). ¿Podrá el Tercer Gobierno Radical sobrevivir a la Argentina de después del G-20? No debieran tratarse, acaso, las versiones que aluden a la salida parlamentaria. Pero tampoco debieran silenciarse. Adelantar las elecciones presidenciales sería una idea atinada. Acercar la línea de llegada. Para que esté más próximo el final del mandato.

Comparativamente, en 2001 el panorama era más claro. “Como una lámpara”, diría Pablo Neruda. “Simple como un anillo”. La máxima empresa coincidía, en AEA, con el más poderoso grupo mediático. Juntos mandaban. Imploraban corporativamente por la devaluación, el objetivo que podía salvarlos. Para estragar la Convertibilidad, pesificar las deudas en dólares y disolverlas entre las aguas tradicionalmente mansas de la sociedad.

Del uno a uno iba a pasarse al tres por uno. Menos los informados que se habían pasado antes enteramente a dólares, todos los ciudadanos estaban tres veces más pobres. O con empresitas que valían tres veces menos.

Pero la marginalidad aún era controlable. El país era sólido. Cabalgaba hacia “lo líquido”. Baumann.

A lo sumo, por la incentivación de alguna travesura, los miserables con hambre, los desposeídos, podían avasallar a discreción en los supermercados. Junto a los oportunistas que aprovechaban sin culpas para delinquir. Y cargarse con artefactos.

Las imágenes humillantes del caos remitían a los heroicos desesperados de las capas medias. Los que creían tener algo. Debían asumir la repentina inutilidad de las tarjetas de crédito.

En tiempos mejor inspirados, el pensador Ignacio Zuleta supo hablar de Las Madres del Banco de Galicia. Señoras enojadas golpeaban los cajeros y despotricaban sin recato ante las cámaras, en virtud de los pesos desaparecidos que se le negaban, y que ya no eran -nunca más- “convertibles” en dólares.

La catastrófica necesidad devaluatoria se sumaba al fracaso de la economía y se cargó en principio al presidente Fernando De la Rúa, El Traicionable. Y muy pronto también arrasó con el socorrido interinato de Adolfo Rodríguez Saa, El Padre de La Puntanidad. Fue Adolfo quien se atrevió a decirles, a los programados empresarios de AEA, que no correspondía devaluar.

El Padre de la Puntanidad fue desalojado en Chapadmalal por 25 caceroleros en ojotas y pantalón corto, que reprodujeron el golpe más grotesco de la historia contemporánea. Del Pronunciamiento de las Ojotas emergió Eduardo Duhalde, El Piloto de Tormentas (generadas).

Después de comer pizzas creativas, en la residencia de El Muñeco, en Lomas de Zamora, Duhalde no vaciló en encarar la carnicería de la pesificación asimétrica y transformarse en el salvador de las grandes empresas de la patria. Para algarabía de don Paolo, El Cientista, y de don Héctor, El Beto, que mantiene pendiente el proyecto del Monumento al Guardavidas (el bañero intrépido en bronce con el rostro de Duhalde), que debe instalarse en la intersección de Caseros y Piedras, o tal vez Tacuarí.

Tratado de Versalles

Pero 2018 termina con rigurosa complejidad. Aunque es diferente la constitución política e intelectual de Mauricio Macri, El Ángel Exterminador, presidente del Tercer Gobierno Radical, de la de Fernando De la Rúa, presidente del Segundo Gobierno Radical.

La marginalidad está relativamente peor que en 2001. Aunque el damnificado más relevante pertenece, de nuevo, a la capa media y/o media baja. Son los arrepentidos que sufragaron por la racionalidad del moderado Macri, y tal vez volverían a votarlo si quien lo enfrenta es La Doctora.

En 2018, al contrario de 2001, no hace falta ninguna otra devaluación. Aunque fuertes empresarios, de los pocos que quedan, se encuentran fatigados, hartos de Macri, a quien le picaron el boleto por sentirse raramente traicionados.

En campaña, el Ángel solía pedirles moralidades previsibles. Pero cuando llegó al poder con el perro Balcarce y la señora Carrió prefirió adoptar el ícono selectivo de la transparencia. Para entregarse a la ingrata faena del hostigamiento impositivo. O acorralarlos con cuestiones de índole moral.

Otra coincidencia de 2018 la marca el auxiliador Fondo Monetario Internacional. Por su presencia, a través de un préstamo millonario de imposible cumplimiento, que evoca al Tratado de Versalles que signara el epílogo de la Primera Gran Guerra.

O por su ausencia, en 2001, cuando el Fondo Monetario necesitaba brindar lecciones de ejemplaridad y dejó caer a la Argentina, al negarle un vueltito de 1.800 millones de dólares.

Una virtual insignificancia si se lo compara con los primeros 15 mil millones que el Fondo dilapidó en un crédito trunco para que Gordon Gekko, Toto Caputo, tratara de contener al dólar que se escapaba hacia los bolsos de los amigos.

El Tratado de Versalles de 2018 permite contar con el pulmotor en la sala de terapia intensiva, con el país en el camastro surcado por cables que le inyectan vitalidad para respirar.

La versión del Tratado coincide con la reunión divisoria del Grupo de los 20, el ateneo que no sirve para nada. En sus dos tramos fundamentales. La tristeza del antes y la incertidumbre del después. Si Macri sabe aprovechar el “durante”, los tramos podrían ser tres.

Tiene que encontrarle el Ángel un rédito improbable a las estampitas de Billiken que lo muestren acompañado de los poderosos gravitantes del planeta. Los pares “de la comunidad internacional” que quieren ayudarlo en esta cumbre transformada en una “hoguera de vanidades”. Tom Wolfe.

Interesan exclusivamente dos. Donald Trump e Hi Jinping, que vienen a exhibir su conflicto en el lugar equivocado. En las vísperas de que un gobierno desastroso tome la conducción de Brasil, mientras el gobierno insustancial de la Argentina se extingue como los restos de una vela. 

Pese a la ejemplaridad del mejor equipo que debiera evitar la solución parlamentaria. E incluso las elecciones anticipadas que procuran acercarle la línea de llegada.
 


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