Viernes 26 de abril de 2024
15 APR 2020 - 16:15 | Sociedad

La familia maratonista que decidió pasar la cuarentena en medio de la selva en Costa Rica

Cuando la pandemia por el coronavirus les quitó la posibilidad de correr por todos los continentes, decidieron aislarse en plena naturaleza. Una historia apasionante.

Ragna Debats con su hija Onna en el campamento que armaron en la playa en Costa Rica.

Clarin reprodujo una historia de vida increíble de un matrimonio con su hija, los cuales al no poder concretar su proyecto de 2020 de correr por todos los continentes, decidieron aislarse y pasar una larga cuarentena en la selva de Costa Rica.

El periodista Hernán Sartori contó la historia de este matrimonio con su hija, quienes viven entre monos, arañas y murciélagos en una playa casi desierta de Centroamérica.

“Mami, mira esta mascota nueva”. Ragna Debats se dio vuelta cuando su hija Onna la llamó para mostrarle su flamante amigo animal. Con ellas esta vez no había podido viajar Bru, el perro de la familia, por un bulto en el cuello. Pero la niña de 5 años se las arregló igual: fue a la orilla de un lago pequeño y se montó sobre Coco... un caimán bebé de medio metro de largo, que obviamente para ella era un cocodrilo. “Acá hay dos grandes y ese pequeño. No salen del agua porque hay mucha comida y hace tanto calor que de día sólo se quedan quietos y abren y cierran los ojos. Eso sí, cuando les tiras un palo, sus reflejos se activan y van rápido en su búsqueda”, relata la holandesa. Como si fuera una anécdota que le pasara a cualquiera. Como si fuera algo normal. Sucede que su cuarentena en plena pandemia de coronavirus no es para nada habitual.

Ragna, Onna y Pere Aurell, padre de la niña y pareja de la narradora de la historia, salieron de su casa catalana en Matadepera, a 40 kilómetros de Barcelona, a comienzos de diciembre pasado. Como atletas de elite que son, figuras de las carreras de montaña, comenzaron su proyecto Rolling Mountains, con el que pensaban competir en familia en nueve carreras en los seis continentes. Todo comenzó el 19 de enero en Hong Kong y estaba planeado para terminar el 28 de noviembre en la Antártida. Pero se declaró la pandemia ​y la familia Aurell-Debats eligió hacer el aislamiento social desde el 21 de marzo... en una playa semidesierta de Costa Rica, entre murciélagos, arañas, cangrejos, pesca casera, fogones y monos que les “roban” la comida. Y entrenamientos, claro. El horario lo fija el sol: amanecen a las 5.15 y se duermen a las 19. Todos los días.

La familia de maratonistas que pasa la cuarentena en una playa semidesierta de Costa Rica, entre murciélagos, arañas y monos
Apenas diez personas viven permanentemente en esa zona, a la que sólo se llega en un viaje en barco de 40 minutos desde Golfito, un pueblo ubicado en la costa del Pacífico, cerca de la frontera con Panamá. En esa playa recalaron Ragna, Pere y Onna con provisiones para 21 días: latas de verdura y atún, spaghetti y macarrones, arroz, quinoa, puré de papas, pan, tostadas, cereales, mermelada, leche y huevos. Allí se quedarán hasta que afloje.

“Podríamos irnos, pero estamos aquí libremente. Vivimos una experiencia muy excepcional y creemos que es una manera de proteger a nuestra hija y a nosotros, y también de ayudar a que el virus no se pueda expandir en el país. No sabemos lo que pasará y nos quedaremos aquí por tiempo indefinido. Estamos mejor que en casa, aunque no tengamos nada de lujo. Es mejor estar en la naturaleza”, explica Ragna.

Durmieron una semana y media bajo unos árboles, al lado de la playa, con un techo improvisado con cañas de bambú, porque sus carpas de una sola capa no aguantan un diluvio. La bautizaron “Playa de las Lapas” (por los guacamayos) y “Playa Dulce”, porque cuando baja la marea brota agua dulce y potable desde abajo de la arena. “No lo vi nunca en mi vida”, detalla Ragna.

Cuando se enteraron que allí no podían estar, Don Agustín los invitó a un techo en su terreno. “Para nosotros, es un lujo, porque tenemos hasta una mesita con banquetas. La planta alta es la casa de los murciélagos. Es su hogar. Y abajo aprendimos a convivir con los cangrejos y las arañas. Onna pasó de tenerle miedo a los insectos a jugar a distinguir las diferentes arañas”, cuenta y asombra la holandesa.

Es un terreno casi virginal y su única conexión con el “afuera” es alguna que otra noticia. El mundo ya no es lo que era. Tampoco para ellos. Pero escucharla hablar a Ragna, con una conexión telefónica precaria si las hay, pero que sin wifi no difiere tanto de la que existiría con un pueblo argentino, es una invitación al asombro.

“Después de la carrera en Hong Kong, viajamos a Chile y de allí, a la Argentina, directo al Aconcagua. Subir a la cima fue una experiencia increíble. La idea era correr el Aconcagua Ultra Trail, pero nos fuimos al Sur y estuvimos en la 4Refugios, una carrera muy técnica y preciosa”, describe la ganadora de esa prueba. Su pareja fue segundo, detrás de Gabriel Santos Rueda.

Previo paso por Bolivia, abortaron Perú y llegaron a Costa Rica con la idea de participar en su tercera etapa del proyecto: la Volcano Ultramarathon, de 230 kilómetros, que debería haberse realizado el 5 de abril. Pero el coronavirus ​atrapó a todos. Y ellos enseguida supieron qué hacer.

“Cuando la carrera se anuló, nos pusimos otro reto: correr de un océano a otro durante más de 300 kilómetros. Pero cuando planeamos la ruta, aparecieron cinco casos del virus y era mejor no hacer movimiento y evitar a la gente -continúa Ragna-. Decidimos dar el ejemplo y buscar un sitio para aislarnos. No queríamos estar encerrados en una casa. Y buscamos un sitio en la naturaleza, donde pudiéramos hacer un aislamiento social total”. Vaya si lo encontraron.

“Nos fuimos en coche al sur, más cerca de Panamá, porque pensábamos que cuanto más alejados, menos gente veríamos. Un amigo que conocimos nos habló de Golfito y de un lugar donde sólo se accede en barco. Nos encantó para hacer campamento, porque es un golfo con una playa de dos kilómetros y medio de largo. Y aquí nos instalamos con Julen, el camarógrafo del proyecto, en dos carpas -narra-. Lo primero que hicimos para evitar que entrara agua fue construir un techo de bambú con cuerdas y un cuchillo que tenemos”.

El primer campamento. Ragna, Onna y Pere armaron un techo con cañas de bambú para poner un plástico que no mojara tanto las carpas, mientras se cocinaban en un fogón.
El primer campamento. Ragna, Onna y Pere armaron un techo con cañas de bambú para poner un plástico que no mojara tanto las carpas, mientras se cocinaban en un fogón.

-Se viene a la mente la imagen de Tom Hanks en “Náufrago”...

-Sí, ja, ja, ja (no para de reírse). Pero la diferencia es que nosotros no somos náufragos porque elegimos estar aquí.

Se entiende que no hay paralelismo, claro, pero como el personaje de Chuck Noland en la película de Robert Zemeckis, mucho antes que perdiera a su “mascota” redonda Wilson, se las arreglaron para cazar peces. “Hay que hacerlo con la marea alta porque cuando baja, no pican. Pere pesca desde la orilla con el hilo y el anzuelo con un pez artificial. Pero a veces vamos en kayak y traemos bonitos”, cuenta.

Cuando llevaban una semana y media en la playa, se enteraron de una restricción y se fueron antes de que una patrulla llegara en barco. “Don Agustín nos dejó entrar a su terreno. Es una construcción de madera sin paredes, donde una vez al año vienen americanos a hacer campamento. Es una casa donde en condiciones normales ni entrarías”, avisa la holandesa con su español particular.

Y explica el porqué: “Arriba está lleno de murciélagos. Es su casa. Abajo es totalmente abierto. Pero aprovechamos el techo, cocinamos sobre la tierra y el lujo es la pequeña mesa de madera antigua con sillas. Estamos conviviendo directamente con unas arañas impresionantes y con cangrejos. En la vida real, dirías que no entras en esta casa. Pero después de una semana y media en la vida frágil, esto es un lujo”.

En plena naturaleza, no abandonan sus entrenamientos como atletas de elite que son. Tienen la playa plana y los senderos en subida de la jungla para no perder esa costumbre y esa pasión que los llevaron a conocerse y a conseguir grandes logros. En 2018, Pere conquistó la prestigiosa Transvulcania en las Canarias y Ragna fue campeona mundial de trail en Penyagolosa y luego visitó Argentina para ganar el tradicional K42 de Villa La Angostura, donde le contó a Clarín cómo la maternidad la potenció en su vida.

Para su alegría, este lunes llegaron nuevas provisiones para otras tres semanas, en el barco en el que partió el camarógrafo Julen hacia Golfito, para revisar el material grabado y volver pronto con ellos.

-Si ya asombra que cuentes todas estas vivencias, sorprende más que lo puedan hacer con su hija de cinco años. A muchos padres les cuesta demasiado estar full time con niños tan pequeños. ¿Cómo se adaptó?

-Para Onna es una experiencia única. Los primeros días tuvo que acostumbrarse, porque de repente se quedó sin otros niños, sin juguetes, si tele, sin nada... Estamos acostumbrados a tener todo a mano y acá hay limitaciones, la comida poco variada y al final lo que tenemos es lo que tenemos. Se puso a jugar con las hojas, con las piedras y con los cangrejos. Y al segundo día se montó sobre el caimán bebé. Ayuda a buscar la leña para el fuego, que a veces prende rápido y a veces no. Aquí se invierte mucho tiempo en preparar las cosas básicas. Ahora pone a los cangrejos pequeños en un cubo y los mira. Está muy integrada. Es bonito el cambio que ha hecho. Y aquí hay una niña de 8 años con la que a veces juega.

-Ustedes aman dar vueltas por la naturaleza por el deporte que practican, pero de ahí a vivir esta experiencia hay un largo trecho. ¿Qué es lo más fuerte que te dejan estos días?

-Que aquí hemos aprendido que la tierra es de todos. Compartimos todo con todos. Y eso incluye a los monos, que hacen mucho ruido y no te dejan dormir, je. Teníamos unos plátanos maduros y una noche vinieron los monos y se los robaron. Fue una decepción, pero han comido bien, je. Pero entendemos que lo que tenemos es de todos. Los restos de la comida los tiramos donde otro animal pueda comerlos. Somos parte de un ecosistema en el que se vive muy intensamente de sol a sol, porque nos despertamos a las 5.15 y a las 19 estamos durmiendo.

Es imposible comparar el mundo que dejaron en diciembre en España con el que la humanidad habita hoy en plena pandemia. “No lo podemos imaginar. Sabemos que nuestros familiares están muy bien, sanos en sus casas, pero es duro enterarse que hay tantos muertos y afectados -resume Ragna-. Debe ser impactante ver los sitios públicos y los hospitales tan llenos en el mundo. No miro noticias, pero me llegan algunos detalles y parece una película. Es surreal”.

Lo dice Ragna Debats, con Pere y Onna a su lado, en una playa semidesierta de Costa Rica, mientras los monos, cangrejos, murciélagos, caimanes, arañas y algún que otro humano comparten con ellos la vida. La única que existe.